Uno de los numerosos impactos que tuvo la pandemia de COVID-19 en la población en los campos de la salud, la economía y la sociedad ha sido el fuerte aumento del número de personas sin hogar entre los latinos.
En cualquier noche de 2022, había en Estados Unidos más de 130.000 latinos sin casa, 8% más que en 2020. En California, las cifras son aún más asombrosas, y el número total de desamparados latinos subió en el mismo período en 22%.
Muchos latinos parecen creer que la falta de vivienda es un problema que jamás podría pasarnos a nosotros. A menudo se cita un fuerte apoyo familiar y social como las principales razones de que no sucederá dentro de la comunidad.
Lo he escuchado en mi propio barrio del Este de Los Ángeles. Aunque el aumento de los costos de alquiler y el desplazamiento de personas demuestren lo contrario. Más de dos de cada tres latinos encuestados en 2021 dijeron que “no estaban muy preocupados” o “nada preocupados” por vivir la falta de vivienda.
Durante mucho tiempo se ha pensado que el desamparo es un problema que aqueja sólo a las personas perezosas o con problemas de salud mental o consumo de drogas. No fue hasta hace poco que el discurso comenzó a citar la falta de viviendas asequibles como la razón principal del aumento de la cantidad de personas sin hogar en todo el país, especialmente en lugares donde el costo de la vida es tan alto, como, precisamente, en California.
Entonces, ¿cómo puede ser que los latinos tengan más probabilidades que otros de sufrir la falta de vivienda asequible, de tener bajos ingresos y de verse afectados negativamente por la falta de derechos de los inquilinos, y que al mismo tiempo puedan permanecer extrañamente silenciosos (o tal vez silenciados) sobre la falta de vivienda? Es un problema importante en todo el país y especialmente en California, donde vive el 25% de todos los latinos del país.
No nos hace bien permanecer al margen. Ni a nosotros, ni a las organizaciones comunitarias que trabajan incansablemente para poner fin a la falta de vivienda. Durante décadas, los latinos han liderado y apoyado movimientos en todo Estados Unidos que luchan por derechos y protecciones para millones de estadounidenses. A menudo son inspirados por las comunidades indígenas, afroamericanas y multiétnicas. Forman coaliciones con estas comunidades.
Los latinos han luchado en la educación, cuando padres mexicano-americanos demandaron a los distritos escolares de California desafiando la segregación escolar por raza/etnicidad en el caso Méndez v. Westminster, que sentó en la Corte Suprema un precedente importante para el conocido caso Brown v. Board of Education que en 1954 hizo ilegal la segregación escolar. Lucharon por el trabajo, cuando durante los años 1970, mexicanos, filipinos, árabes y otros actuaron por la legalización de los trabajadores indocumentados y los derechos sindicales contra las redadas del INS. Lucharon por la Ley de Derecho al Voto apoyando los esfuerzos para ampliarla y requerir asistencia lingüística en los colegios electorales, lo que benefició a nativos americanos, asiáticos americanos, nativos de Alaska y latinos.
Los latinos han participado en cambios monumentales e históricos.
Sin duda, hay muchos temas apremiantes que la comunidad latina debe enfrentar, como la inmigración y la recuperación económica después de COVID. Sin embargo, debemos comenzar a unirnos especialmente a los llamados por la justicia habitacional, porque todos necesitamos un lugar seguro y estable para vivir. Sin ello, no podemos prosperar.
Es cierto que hasta hace unos años, familiares y amigos latinos pudieron ayudar a sus familiares, amigos o prójimos para que superen los reveses o episodios de mala suerte de la suerte. La ayuda familiar redujo la tasa de personas sin hogar a pesar de las mayor pobreza e inseguridad habitacional entre las comunidades latinas. Lo que luego sucedió es que todos aceptamos la “paradoja latina” como algo que todavía continúa. Muchos siguen confiando en esta noción de que de alguna manera estamos protegidos de caer en la falta de vivienda. Aunque ya no sea cierto. Ahora es más y más frecuente que nuestras redes sociales y sistemas de apoyo informales ya no puedan ayudar.
Según los estudios científicos, los latinos tienen más probabilidades que otros grupos étnicos de quedarse sin hogar por primera vez. Además, el COVID-19 afectó gravemente la salud financiera, física y mental de la comunidad latina, dejándole menos recursos disponibles.
¿Qué recurso tenemos a nuestra disposición cuando también nuestros amigos y familiares luchan por conservar el techo sobre sus cabezas?
Podemos y debemos hacer más. Debemos “ponernos las pilas” y comenzar a hacernos cargo del problema de las personas sin hogar. Podríamos comenzar financiando más investigaciones centradas en los latinos para comprender cómo la falta de vivienda afecta a subgrupos dentro de la comunidad, porque los latinos no constituimos un grupo monolítico. Podemos explorar nuevas formas de atención médica, para que se constituya en un sistema de respuesta rápida para personas sin hogar (el 80% de los latinos tienen algún tipo de seguro médico). Para conectar a los pacientes con los servicios de vivienda. Podemos demandar más viviendas más asequibles y preservar las que ya existen.
No volvamos a la apatía y el silencio, no volvamos a lo que fue antes de esta pandemia, que nos mantuvo al margen de la crisis de las personas sin hogar. Ahora es el momento en que depende de nosotros hacer el trabajo en coalición y lograr el cambio para las generaciones futuras.