La esperanza de todas las familias inmigrantes, es que algún día les podrán mostrar a sus hijos su tierra natal. Sueñan con compartir con sus hijos sus raíces ancestrales. Quieren enseñarles el orgullo de su herencia.
Yo tuve la suerte de haber hecho este viaje siendo muy joven.
Era el año 1992. Yo tenía 10 años de edad. Mi hermano Paul, siete. El plan de mis padres cambió el resto de mi vida. Tomaron la decisión de que mi hermano y yo visitáramos Lima, la ciudad de donde ellos habían nacido y emigrado. Uno de mis padres debía quedarse. Mi mamá, mi hermano y yo viajamos entonces estuvimos en su país de origen durante aproximadamente dos semanas.
En lo que fue mi primer viaje internacional, me llenó de alegría poder conocer la ciudad natal de mis padres.

Al llegar, recuerdo haberme sentido feliz de reunirme con parientes que nunca había conocido. También recuerdo que una tía enumeró para mi mamá las desventajas para mi hermano y yo de no hablar español. Ahí mismo pensé que mi tía tenía razón. “Tengo que hacerlo mejor”, me dije.
Permítanme dar más detalles: mi hermano y yo crecimos en la década de 1990. En aquel entonces, el gobernador de California era un republicano, Pete Wilson. Wilson puso en efecto la Proposición 187, también conocida como la iniciativa Salva Nuestro Estado (SOS), que recibió el 55% de los votos en un plebiscito. La ley 187 prohibía que los inmigrantes indocumentados residentes en California utilizaran los servicios públicos de salud excepto en casos de emergencia. De la misma manera se les prohibió recibir servicios sociales y a sus hijos concurrir a las escuelas públicas. Afortunadamente, un tribunal federal de apelaciones la declaró inconstitucional, evitando que la medida se hiciera realidad. No hace falta decir que aprender español en California en esa época no fue una tarea fácil.
Sí, supe que tenía que mejorar. No podía ser que no hablara español. ¿Cómo podría saber quién era yo realmente si no podía comunicarme con mi familia en Lima, con tías, tíos, primas y primos? Además, la mayoría de la gente en Perú habla español y no habla inglés. Yo no sólo era incapaz de comprender a mi familia; tampoco podía comprender la cultura peruana.
Además de este despertar del interés cultural, tuve mi primera visita inolvidable a una maravilla del mundo: Machu Picchu. Esta nueva tierra me causó un asombro. Machu Picchu era antiguo, era diferente, era muy elevado. El aire era puro y fresco; la tierra, muy verde. La gente de Cusco y Machu Picchu eran indígenas. Nunca había visto un lugar como este.
Mi mamá, mi hermano y yo fuimos con mi abuelita. Cuando llegamos a Cusco, mi abuela sintió soroche (una enfermedad causada por la gran altura). Tuvo que prescindir de la visita a las ruinas incas. Nosotros tres seguimoos viaje.
Fue allí, en nuestro viaje a Machu Picchu cuando yo tenía 10 años de edad, cuando supe: el Perú es majestuoso. Me dejó estupefacto que la civilización Inca haya escapado de la conquista española escondiéndose en las montañas (lo cual no es una estrategia obvia, especialmente durante una invasión). Fue hermoso ver las llamas. Y observar las herramientas que usaban los incas (como la que les proporcionaba la hora del día por la posición de una sombra que proyectaba una estructura) me sorprendió por decir lo menos. La supervivencia de estas ruinas y de estos animales que jamás había conocido me sumieron en el asombro. Este fue el momento en el que realmente se desarrolló mi orgullo. Entendí que el Perú era único, tal como mis padres me habían contado por años. Al observar tanta belleza natural y aprender la historia indígena, pude sentir una singularidad que por ser niña me era difícil de verbalizar.
Ese viaje despertó en mí una misión de vida: visitar Machu Picchu cada década de mi vida. Regresé nuevamente en 2005 (a los 23 años) y en 2017 (a los 35 años). Ahora que tengo 40 años, ciertamente estoy planeando el próximo viaje a este tesoro inca (y tal vez incluso me esfuerce por hacer el riguroso camino Inca, que implica caminar hasta esas ruinas en lugar de tomar el tren Peru Rail).
Naturalmente el Perú siempre tendrá un lugar en mi corazón. Es de allí donde vinieron mis padres. Es allí donde todavía viven varios de mis familiares. Es un lugar que simboliza algún tipo de sentido en mi vida (ya que la he visto evolucionar desde 1990). Ahora que conozco mi pasado familiar, tengo una mejor idea de quién soy y de dónde vengo.
Para las familias inmigrantes visitar sus países de origen, cuando pueden hacerlo, puede ser un hermoso viaje. Conocer tus raíces, tu lengua materna y tu familia es conocer tu pasado.
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