En 2020, el 21,8% de los estudiantes universitarios de pregrado de EE.UU. eran latinos, el segundo grupo étnico más grande inscrito en el nivel de pregrado. Los latinos además tienen más probabilidades de ser en estudiantes universitarios de primera generación (44%), en comparación con los estudiantes afroamericanos (34%), asiáticos (29%) y blancos (22%), según el Instituto Nacional de Política Postsecundaria.
Aunque aumentó el número de estudiantes universitarios latinos, estos reciben menos ayuda que la mayoría de sus compañeros. Este es el punto central de First Voice Generation, un documental de la galardonada directora Cynthia Martínez. Siguiendo a tres estudiantes latinos de secundaria en la ciudad de Holland, estado de Michigan, el documental describe sus trayectoria individual como estudiantes latinos de primera generación que se preparan para ser los primeros de sus familias en asistir a la universidad, mientras luchan por sus identidades en una comunidad predominantemente de origen holandés. Todo ello sucede durante la pandemia del COVID-19.
“[Los estudiantes] sienten que no pertenecen al grupo porque son hijos de inmigrantes mexicanos”, dijo Martínez. “Sueñan con ser los primeros en su familia en ir a la universidad. Sobreviene un año difícil con la pandemia mundial. Junto con el costo del arancel universitario, parece que la universidad es una meta imposible de lograr”.
Crecer como latina en Holland, Michigan
Al igual que los estudiantes que protagonizan el documental, Martínez también luchó por orientarse en un entorno en el que no se reflejaba. La ahora cineasta, productora y escritora creció en un hogar mexicano-estadounidense como nieta de dos trabajadores agrícolas migrantes e hija de dos padres también trabajadores. Desde muy joven, Martínez notó la marcada diferencia entre ella y sus compañeros. Cuando ellos jugaban o asistían a un campamento de verano, ella se la pasaba recogiendo arándanos (blueberries) con su familia.
“Siempre fui la única niña morena en mi salón de clases o en mis equipos deportivos”, dijo Martínez. “Realmente tuve que luchar por mi lugar”.
También comenzó a notar una diferencia aún mayor, que la distinguía de las personas con las que pasaba la mayor parte del tiempo, además de su familia. “También estaba esa diferencia socioeconómica. Muchos de mis amigos eran no solamente blancos, sino que también eran más ricos que yo. Eso fue difícil para mí. No me vi reflejada en mis amigos o en mis maestros”.
Encontrando su pasión
Martínez asistió a la Universidad de Western Michigan (WMU) ni bien terminó la escuela secundaria.
Allí, notó un aumento significativo en la diversidad mientras hacía realidad su primer sueño: convertirse en piloto. Nunca había visto a mujeres o afroamericanos o morenos volar aviones. Pero junto con su sueño de viajar por todo el mundo y de dejar atrás su ciudad natal, esto la inspiró a ingresar al programa de aviación de WMU.
Poco después de aprender a volar un avión monomotor Cessna 172, tuvo que abandonar el programa porque no podía afrontar los numerosos gastos adicionales. Cambió su carrera a la de ciencias de administración de aviación. Estudió temas de aeropuertos, aerolíneas y cómo trabajar en un entorno corporativo en la aviación. Hoy, su experiencia de haber tenido que dejar su sueño de ser piloto y cambiado sus aspiraciones por no poder pagarlas la impulsa a abogar por una educación accesible.
“Me entusiasma ver a otros estudiantes como yo que quieren seguir una carrera que es muy necesaria o en la que necesitamos representación”, dijo Martínez. “La próxima generación tiene que estar presente en carreras STEM (Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas), en administración de negocios o para ser médicos, y otros latinos tienen que estar allí para verlo. Tienen que comprender que eso es algo que ellos pueden hacer. Por eso hice la película, en gran parte. Quiero ayudar a que la educación superior y la universidad sean más accesibles para los latinos”.

Recién salida de la universidad, la hoy cineasta trabajó como niñera en las afueras de Chicago para comenzar a pagar la deuda de su préstamo estudiantil. Dos años después, Martínez leyó un artículo en la revista Forbes que describía trabajos de niñera en Los Ángeles y Nueva York para familias pudientes, con un salario de seis cifras por año. Eso la llevó a la Gran Manzana, a muchos NDA (non-disclosure agreements, acuerdos de confidencialidad y no divulgación) y a una increíble experiencia de vida en Manhattan. Teniendo poco más de 20 años decidió postularse a la escuela de posgrado de Periodismo de la Universidad de Columbia. Allí recibió su maestría en periodismo televisivo en 2012.
“Uno sale de ese programa sabiendo escribir, editar y producir. Tienes que aprender todas las facetas del periodismo”, dijo Martínez. “Eso me ha servido hasta el día de hoy porque (gracias a esos conocimientos) he podido hacer una película. Pasé a trabajar en Univisión y hacía boletines de noticias de tres minutos de duración. Aprendí a conseguir la historia y eso es lo que te enseñan en Columbia y también lo que sentó las bases que me ayudaron a hacer la película”.
Se convierte en directora
Antes de la pandemia de COVID-19, Martínez vivía en Miami y Phoenix. Regresó a Chicago por el trabajo de su esposo en el año 2020. Pero cuando todo se cerró y su trabajo se volvió remoto, los dos, junto con el hijo de ambos, regresaron a la ciudad de Holanda. Aunque eso no le gustó mucho, la cineasta decidió aprovecharlo al máximo.
“Pensé, ‘Aquí estoy, de vuelta en el lugar donde nunca quise estar y no sé qué hacer conmigo misma”‘, dijo Martínez. “Tuve que reinventarme y pensé: ‘Hay una razón por la que estoy aquí. Todavía no estoy muy segura de cuál es. ¿Cómo uso mi educación? ¿Cómo ayudar a estudiantes como yo? ¿Qué puedo hacer para ayudar a otros niños para que no sientan que no pertenecen a este lugar? ¿Cómo ayudo a la próxima generación?’”
En medio de ello, se topó con una publicación de Facebook sobre el Programa Upward Bound (UB) de TRIO, un programa financiado por el gobierno que se enfoca en ayudar a estudiantes universitarios de primera generación a graduarse con éxito de la escuela secundaria y a ingresar a la universidad, un programa que luchaba por funcionar durante la pandemia y que se convirtió en virtual. Fue de gran ayuda para Martínez en su juventud, lo que hizo que sus dificultades la golpearan más que a la mayoría.
Después de comunicarse con la UB y enterarse de cómo se estaban viendo afectados los estudiantes, Martínez preguntó si podía documentar sus experiencias. De 70 estudiantes, comenzó a seguir a siete. Todos ellos, por casualidad, eran latinos. No tenía idea de que este pequeño proyecto se convertiría en su primera película.
“La película se centra en tres de ellos. Pensé que solamente los iba a filmar durante unos meses, y terminé siguiendo sus vidas y las vidas de sus familias. Se convirtió en algo que es mucho más de lo que inicialmente pensé”.
Filmar el documental durante la pandemia de 2020 resultó ser toda una proeza. También lo fue la autofinanciación de la producción. Martínez se dio cuenta de que ya no podía apoyarse únicamente en los recursos de ella y su esposo. Con la ayuda de un amigo, se acercó a Craig Spoelhof, el director ejecutivo del Boys and Girls Club of Greater Holland, para pedirle que patrocinara financieramente la película. Después de obtener un fiduciario para el proyecto, el cineasta inició un proyecto en Kickstarter, donde, en 30 días, lograron un compromiso de $51,621 cuando la meta era de $50,000.
Fue la incomodidad de Martínez de regresar a su ciudad natal, su frustración por la falta de acceso a una educación universitaria para los estudiantes de primera generación y su temor de que los estudiantes de la UB tuvieran las mismas dificultades que sufrió ella, lo que la inspiró a hacer First Voice Generation. Pero fue tener a toda una comunidad que la apoyaba lo que permitió que el espectáculo continuara.
“[Se trata de] generar conciencia entre los estudiantes: estudiantes de primera generación, estudiantes de color, estudiantes de bajos ingresos, los que enfrentan problemas y se trata de ver esas barreras a través de la lente latina”, dijo Martínez. “Cuando comencé el proyecto, no quise intencionalmente que fueran estudiantes latinos; simplemente terminó siendo así. Se trataba de los problemas de la primera generación de estudiantes en sus familias. Pero luego sus familias terminaron siendo de México”.
Destacando a los estudiantes latinos de primera generación
La selección de los casos se hizo de acuerdo a cuales historias eran las más sólidas. Resultaron ser las de Nayeli Mora, que asistió a West Ottawa High School, y Angel Ruiz y Gael Figueroa-Enriquez, quienes asistieron a Holland High. Martínez conoció a Mora por primera vez cuando ella era mentora y asesoraba a estudiantes de la UB. En aquel entonces, quedó inmensamente impresionada por las aspiraciones y la confianza de Mora a una edad tan temprana.
Aunque creció en Holanda, Nayeli Mora nació en México y se mudó a Estados Unidos con sus padres cuando era una niña. Desde que tiene uso de razón, esta estudiante de Grand Valley State University ha sido una apasionada de la ley de inmigración. Este fue el resultado de haber acompañado a su madre a reunirse con abogados de inmigración cuando era niña para traducir sus conversaciones al español. Actualmente se especializa en ciencias políticas con una asignatura secundaria de lengua española. Al igual que Martínez, vivió la experiencia difícil de crecer en un entorno predominantemente blanco.

“Me sentí como una extraña”, dijo Mora. “No podía aprender sobre mi cultura ni tenía personas que se parecieran a mí y hablasen como yo. Definitivamente fue difícil crear amistades y relaciones realmente buenas con los maestros. Siempre fue una sensación incómoda. Me sentí fuera de lugar allí. Nunca sentí que realmente fuera parte de ningún grupo de amigos o parte de nada, en realidad”.
La familia de Ruiz emigró a Michigan desde Aguascalientes, México, cuando su madre tenía 14 años. Estudiante de bioquímica en Kalamazoo College en segundo año, forma parte de un grupo de canto a capella integrado por personas de color. Allí, los estudiantes pudieron animarse unos a otros y sentirse cómodos en un espacio que los reflejaba.
Al igual que Martínez y Mora, fue difícil crecer en la comunidad predominantemente holandesa, cuando ella y su abuela recibían malas miradas por hablar español en el supermercado.
“Pensar en eso me entristece porque la gente no debería pasar por esa experiencia”, dijo Ruiz. “Está fuera de nuestro control. No debemos culparnos por nuestras diferencias. En cuanto a mis amigos, muchos eran blancos y eso definitivamente afectó la forma en que me veía a mí mismo porque no me parecía a ellos. No puedo cambiar mi apariencia, no puedo cambiar mi color de piel, mi familia, ni mi cultura. Eso fue algo difícil de vivir y todavía lo experimento hasta el día de hoy”.
Las luchas del síndrome del impostor
A pesar de sentirse conmovidos de ser los primeros en sus familias en asistir a la universidad, el gran peso del síndrome del impostor recae sobre los hombros de Mora y Ruiz. Desde la culpa de tener oportunidades que tu familia no tuvo hasta sentir que estás atrasado debido a la falta de recursos. A veces es difícil ver la luz al final del túnel. Eso es algo que se recuerdan a sí mismos.
“Definitivamente yo sabía que quería ir [a la universidad], pero no sabía cómo llegar allí”, dijo Mora. “Fue realmente estresante porque sentí que estaba atrasada. Todavía siento que estoy atrasada, como el síndrome del impostor. Está desapareciendo lentamente porque me esforcé y veo que al final valdrá la pena, pero definitivamente trae dificultades sentir que no pertenezco allí”.
Estos tres estudiantes, en el momento de la filmación, tuvieron las experiencias de Martínez, no solo siendo universitarios de primera generación, sino también creciendo en la misma ciudad que ella y asistiendo a la misma escuela. En general, fue una experiencia abrumadora, pero filmar en su antigua escuela secundaria fue especialmente una fuente de emociones.
“Fue difícil. Había cosas de las que estaba huyendo cuando no quería vivir en mi comunidad. Todas esas cosas a las que a veces nos enfrentamos como comunidad latina, algunos de esos desafíos tienen que ver con el abuso o la bebida. Evoca esos sentimientos de, ‘Oh, ahí está esa calle donde sucedió este incidente con mi familia’, conduciendo por la carretera o pasando por mi iglesia cuando era niña. Me emocionó. Odiaba mi escuela secundaria, así que filmar allí fue muy emotivo. Catártico.”
Iniciando una conversación
Martínez sabía que, independientemente de lo incómodo que era volver a visitar su pasado, había una imagen general más grande. No podía volver atrás aunque quisiera. Crear una película que los estudiantes de primera generación y los latinos pudieran ver y verse representados en ella era demasiado importante, al igual que generar conversaciones entre los espectadores y, potencialmente, entre los legisladores.
“Es para educar a los legisladores, es para educar a las personas que trabajan en la educación superior, para que sepan que existen estos problemas y que la educación superior debe ser accesible para todos”, dijo Martínez. “La oportunidad debe ser equitativa. Espero que esas conversaciones sucedan. Mi mayor sueño, y lo seguiré diciendo hasta que suceda, es que se proyecte en la Casa Blanca”.
“Que si se puede”
First Voice Generation se estrenó por primera vez en el Festival Internacional de Cine de Central Michigan el 18 de febrero de este año y desde entonces se ha presentado en el Festival de Cine de la Capital en Lansing el 15 de abril, el Festival de Cine y Televisión Mexicano-Americano en Los Ángeles el 20 de mayo y el Caplan Center for Performing Arts en Filadelfia el 10 de junio.
El 5 de agosto, el documental también se proyectó en el Tobin Center, un centro de artes escénicas sin fines de lucro en San Antonio. En cada proyección, ha sido muy importante para los estudiantes latinos haber visto sus experiencias en pantalla y saber que son capaces de cualquier cosa con la que sueñen.

“Si tienen este sueño o la meta de ser los primeros en su familia (en ser universitarios), pueden hacerlo”, dijo Martínez. “Es mucho más difícil para nosotros, pero ellos pueden hacerlo. He visto que los niños de mi película lo hacían, y yo lo he hecho, es algo posible. No va a ser fácil. El progreso no es lineal. No sucede sin esfuerzo. Habrá obstáculos en el camino, muchos, pero puedes superarlos”.
Es exactamente este consejo lo que impulsó a la cineasta a ser una estudiante universitaria de primera generación y a recorrer toda esa trayectoria, a través de la aviación y el periodismo, hasta convertirse en una cineasta que se llevó a casa el premio a “Mejor Director” en el Festival de Cine y Televisión México-Estadounidense. La representación latina es muy escasa en la industria del entretenimiento, especialmente en el trabajo de dirección, pero a través de First Voice Generation, Martínez está promulgando el cambio paso a paso.
“No ves muchas mujeres en esta industria, y definitivamente no ves muchas mujeres de color en la industria”, dijo Martínez. “Me encuentro en espacios donde no mucha gente se parece a mí. Supongo que esa es la llamada en mi vida porque, desde que era pequeña, ese ha sido el espacio en el que he tenido que navegar. Aquí tengo que navegar de nuevo y está bien. Si tengo que hacerlo, para allanar el camino para la próxima persona, estoy feliz de hacerlo. De eso se trata esta película”.
Si estás interesada/o en obtener más información sobre Martínez o su película documental, First Voice Generation, sigue su Instagram o consulta el sitio web oficial.
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