En mi escuela primaria católica yo recitaba el Juramento a la Bandera todos los días. Lo hice obedientemente. Si no lo hubiera hecho, ciertamente habría sido castigada por las monjas.

Este Cuatro de Julio, muchos estadounidenses ondearán la bandera o la vestirán en sus camisetas y pantalones cortos.

Como adulto, nunca he sido una abanderada. El patriotismo me incomoda. 

El Cuatro de Julio, podemos honrar a quienes sirvieron en el ejército. Los latinos han luchado en todas las guerras de Estados Unidos, desde la Guerra Revolucionaria contra los británicos.

Lucharon en la Guerra Civil  y en la Primera Guerra Mundial. Más de 500,000 latinos sirvieron en la Segunda Guerra Mundial. Luego, muchos de ellos murieron peleando en Corea y Vietnam. También han estado en la Guerra del Golfo y en Afganistán.

Según el Departamento de Defensa, el 17,2% del personal militar en servicio activo en todas las ramas del servicio militar se identifica como hispano o latino.

Tampoco debemos olvidar a los miles de veteranos de guerra deportados.  Desde la aprobación, en 1996, de la Ley de Reforma de la Inmigración Ilegal y Responsabilidad del Inmigrante (IIRIRA), Estados Unidos ha deportado a unos 94.000 veteranos inmigrantes. La mayoría de esos militares eran residentes permanentes legales que cometieron tres o más delitos menores, lo cual los hizo deportables. Algunos de ellos fueron veteranos condecorados  que sufrían de trastorno por estrés postraumático (PTSD) y estaban parcial o totalmente discapacitados.

Un tío mío sirvió en la Guerra de Corea. Regresó a Chicago con el cuerpo herido y el espíritu roto. Luchó por encontrar trabajo. Murió de una sobredosis de drogas.

Yo ni glorifico la guerra ni acepto que destruya a personas como mi tío.

Tenemos que reconocer que este país fue construido para apoyar la supremacía blanca. La tierra fue robada a los nativos americanos. El trabajo esclavo construyó esta economía. Y el día de hoy, esta misma economía colapsaría si no tuviese a su alcance la mano de obra inmigrante.

El mástil de la bandera nacional fue utilizado literalmente como un arma contra un agente de la Policía del Capitolio durante la insurrección del 6 de enero de 2021. Aquel acto de violencia se cometió supuestamente en nombre del patriotismo y en defensa de un presidente que inventó y luego promovió mentiras sobre unas elecciones robadas.

Me es imposible identificarme con el estandarte que saludan los amotinados. Usaron la bandera para negarle a la gente sus votos y para atacar la democracia. Luchaban por la exclusión y no por la equidad. Por la tiranía y no por la democracia.

Aquel día, la República no cayó. La democracia sobrevivió. Todavía sufre de grietas. Algo de justicia se obtuvo cuando más de mil personas fueron acusadas en relación con aquel ataque del 6 de enero.

Tenemos a un expresidente enjuiciado que está acusado de mal manejo de documentos clasificados, incluido de compartir un documento secreto del Pentágono con planes para atacar a Irán.

La verdad ya no es la verdad: la gente consume teorías de conspiración que se vuelven virales en las redes sociales. Apoyan a un expresidente cuyas acciones podrían ser consideradas una traición.

Estoy de acuerdo con la cita de James Baldwin: “amo a Estados Unidos más que a cualquier otro país del mundo y, exactamente por esta razón, insisto en el derecho a criticarla a perpetuidad”.

Lucho por reconciliarme con los conflictos que acaecen en nuestro país como la brutalidad policial y la violencia política contra inmigrantes. Y lucho para poder celebrar nuestra independencia.

Seguiré luchando por ello, con el arma de mis palabras.

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Teresa Puente has spent her career reporting on immigration and Latino issues in the U.S. and has also reported extensively from Mexico. Previously, she was a staff reporter at the Chicago Tribune and...