Durante la era del COVID-19, los latinos estuvieron sobrerrepresentados entre los trabajadores esenciales. De la misma manera, hoy encabezan la confrontación contra el cambio climático y la degradación ambiental.

Ya sea que trabajen en el campo, luchen contra incendios forestales, vivan cerca de productos químicos tóxicos o alquilen viviendas de mala calidad contaminadas con pintura con plomo, son los latinos quienes una y otra vez continúan enfrentándose a las consecuencias más peligrosas de este proceso.

Recientemente, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas publicó un nuevo informe anual, en el que elabora recomendaciones cruciales destinadas a reducir el daño causado al medio ambiente por el calentamiento global. El informe constituye el resultado del esfuerzo conjunto de cientos de científicos. Posteriormente, fue aprobado por 195 países. Advierte que, sin que operen cambios radicales, el mundo cruzará el punto de no retorno del calentamiento global en menos de 10 años. El tiempo urge. 

En Estados Unidos, las consecuencias del cambio climático ya se han hecho presentes. Tan solo en este año, hemos vivido una repetición de lluvias torrenciales e inundaciones. Hemos soportado prolongadas sequías. Las olas de calor, los huracanes intensos huracanes, los incendios forestales y otros fenómenos se han intensificado. 

Lamentablemente, lo peor está por llegar.

California enfrentó en 2023 su décimo segunda tormenta fluvial atmosférica del invierno. Día tras día, la lluvia no paraba. Inicialmente, dimos la bienvenida a las lluvias porque detuvieron la sequía histórica. Luego, nos alarmamos. 

Es que estas lluvias pueden ser el heraldo que presagia una realidad aún más dura y desafiante. La que vamos a vivir aquí, en Los Ángeles. En ese futuro sombrío, latinos, afroamericanos y los pobres enfrentarán un desastre inminente. Son quienes están más expuestos que otros al caos que conlleva el cambio climático en ciernes.

“Las minorías afroamericanas e hispanas soportan una carga desproporcionada de la contaminación del aire, causada principalmente por blancos no hispanos”, establece un estudio de 2019 de la Universidad de Washington.

“Esta disparidad se debe tanto a la cantidad de personas que consumen como a contaminación que respiran”, encontró el estudio.

“Afroamericanos, hispanos y la gente de bajos ingresos tienen más probabilidades de residir en áreas de alto riesgo de inundaciones por desastres naturales que los blancos y los asiáticos”, dice otro estudio, de la Universidad de Arizona.

Este 22 de octubre se cumplirá un cuarto de siglo desde que Mitch, un huracán de categoría cinco, devastó América Central y causó 7,000 muertes confirmadas en Nicaragua y 4,000 en Honduras. Otras 10.000 víctimas fueron llevadas por los vientos y nunca más se las volvió a ver. Mitch destruyó decenas de miles de viviendas. Vientos de más de 193 kilómetros por hora arrancaron bosques enteros. 

Muchos pueblos simplemente desaparecieron. Lo recordamos. 

En Honduras, Mitch causó que 1.5 millones de personas se quedaran sin hogar. El 20% del total de su población. Cuatro millones perdieron el acceso al agua potable. En Nicaragua, 800,000 perdieron sus casas. 

Mitch también provocó fuertes daños en el Caribe y en Colombia. Las lluvias torrenciales azotaron durante días el estado de Florida. Los damnificados por el huracán fueron los más pobres, la gente sin recursos, quienes viven en zonas subdesarrolladas. El huracán destruyó el 92% de los cultivos. La tragedia ahondó aún más cuando la generosa ayuda internacional, que inició poco después de que amainaron los vientos, no les llegó a las víctimas, quedando en los bolsillos de los poderosos.

Muchos de los damnificados emigraron a los Estados Unidos. Solo en enero de 1999, el entonces INS, encargado de la inmigración al país, detuvo a 4.000 de los sobrevivientes que intentaban cruzar la frontera sur. Durante los dos años subsiguientes, sus números se mantuvieron altos. Mitch impulsó una ola de inmigrantes a Estados Unidos.

Recordemos que 25 años atrás, el cambio climático no estaba en la mente de los centroamericanos. Pero aunque no le daban ese nombre, ya estaban sufriendo de él. Las  fuentes de agua estaban contaminadas en su mayoría por la minería o los productos petroquímicos. Casi toda la población rural –35% del total de sus habitantes– carece de acceso a agua limpia. Para 1999, muchos ríos se secaron a causa de la deforestación y el uso excesivo de la tierra.

En todos estos años, cada huracán, cada terremoto, cada guerra civil, intensifica la marea de inmigrantes a Estados Unidos. Más del 25% de ellos se establecieron en California, especialmente en el condado de Los Ángeles.

Mitch ha quedado incrustado en la conciencia popular como un símbolo de terrible desastre y la total desesperación.

Aquel mismo diciembre de 1999, escribí un poema en el que lamentaba la destrucción, honraba a los caídos y pedía un poco de esperanza para los sobrevivientes. Letralia, una revista en línea, lo publicó. Diez años más tarde, una maestra me pidió permiso para usar el poema en su clase en Los Ángeles, en la que enseñaba a los hijos de sus sobrevivientes. Fue un honor. 

El pueblo que borró el viento se llamaba Chilanguera
pendía del mínimo aliento de las hojas de sus sauces

el hombre lento a quien llaman el güero
rescató el cadáver de su hija
bajo un humo de escombro empapado de su casa
camina el güero con su hija fría por la calle
cada paso es un frío péndulo
la mano yerta saluda
seguida de los ojos de Chilanguera
que crepita y se calla más adentro

Los hombres de Chilanguera amarraron
a sus hijos a las copas de los árboles
con sogas y lianas para que no se cayeran
soñaron que eran fruto maduro al mediodía
se dejaron flotar en el río negro
que atravesó el pueblo y sus vidas

Han pasado casi 25 años desde que Mitch arrasó la tierra y se llevó a la gente. 

Para las familias que se instalaron en Los Ángeles, el tiempo ha brindado algo de alivio. Algunas de las heridas, no todas, se han curado. Pero persiste el recuerdo del horror y la tristeza por aquellos que se perdieron. En estos 25 años, los sobrevivientes atraversaron más dificultades, a causa de su estatus migratorio, de la pobreza, la constante separación familiar y la distancia insalvable de su tierra natal. Pero el tiempo pasó, sanó, curó. Ellos tuvieron hijos y luego hijos de aquellos hijos. Cierto grado de tranquilidad fue posible y se instaló en sus hogares.

Hasta ahora. Ahora, el cambio climático afecta a nuestra región, allí donde ellos han vivido confiados. Aquí mismo la naturaleza nos hace estragos. Aquello de lo que huían estas víctimas podría estar acercándose a ellos. Temen que se repita. Las condiciones climáticas que les causaron tanto dolor allí ahora se repiten aquí. Todavía podemos prevenir otro Mitch, ya sea en Honduras, Nicaragua o en nuestro estado de California.

Pero no queda mucho tiempo.

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Gabriel Lerner

Gabriel Lerner was born in Buenos Aires. He is the founder and co-editor of Hispanic L.A. (hispanicla.com), a bilingual site of opinions, politics and arts that reflects the Latino presence in the United...